MADURAR A LOS 33
- Camila Acosta
- Aug 21, 2018
- 4 min read

A mis 17 años era perfecta... pero sólo físicamente, porque no me importaba nada más.
Siempre me he considerado una persona inteligente, pero en ese entonces era superficial, insegura, inestable, egocéntrica, envidiosa, desagradecida y grosera. Entonces hoy, me miro al espejo en el que comienzan a verse los años, con un par de arrugas más y la gravedad haciendo de las suyas, pero con tanto más por ofrecer, que no entiendo cómo alguien puede deprimirse por cumplir años y estar en los 30. No estoy emitiendo un juicio, cada cual tiene su proceso, pero siento que cada edad viene con lo bueno y lo malo, y siento que los 30s han tenido mucho más de lo bueno.
Hoy en día hacemos lo que sea por no envejecer... pero, ¿por qué? Si envejecer es un privilegio que pocos tienen. Y, partiendo de esa base, ¡¡¡hoy me siento feliz!!! Mi cumpleaños 33 fue demasiado perfecto y lleno de descubrimientos personales.
Cuando era esa adolescente, mi cumpleaños se centraba en qué tan popular era, y esas fiestas a las que no llegaba casi nadie me torturaban horriblemente, me hacían sentir poco valiosa, como si mi valor dependiera de gente a la que realmente no le importaba yo, sino que venían a raspar fiesta.
Mi valor en ese tiempo me lo daba mi belleza física, nada más. Pensaba que si no era bonita no tenía nada, y que todo lo que sí tenía era gracias a eso, y no estaba equivocada... porque todo lo que tenía lo había formado con bases superficiales.
Ayer, en mi cumpleaños número 33, me di cuenta que todavía pienso en en esa niña adolescente. Decidí que no quería celebrarlo, como muchos cumpleaños antes, cuando la razón de fondo era el miedo a sentirme rechazada otra vez. Decidí irme al jardín botánico con mi esposo, y me vestí como si fuéramos a comer al mejor restaurante de Bogotá.
Antes de salir de la casa me miré al espejo y me sentí ridícula. En plenos vientos de Agosto, yo estaba sin chaqueta y con un collar diseñado para llamar la atención. Me volví a mirar y pensé: ¿para quién me estoy vistiendo? ¿para mí? ¿me siento cómoda? ¿ o me estoy vistiendo para salir bien en las fotos?. Me sentí estúpida y adolescente otra vez, pero ayer algo cambió. Ayer pude soltar a esa niña de 17 años que vivía con ansiedad de verse perfecta todo el tiempo, y reconocerme a mí misma. Pude darme cuenta que hoy, por fin, me importaba más estar cómoda para gozarme la experiencia que vestirme para los demás. Me quité lo que tenía, me puse cómoda y me abrigué. Y puede parecer un detalle estúpido e irrelevante, pero cuando se ha luchado tanto con la presión social, un pequeño gesto se siente como quitarse el mundo de los hombros.
Ya en el jardín botánico, respirando verde y viendo todos los colores, caminando con mi novio de casi 10 años, que hoy es mi esposo de 5 años, sintiéndome amada y realmente valorada, riéndome a carcajadas y tomando fotos de nuestra hermosa fauna y flora, me sentí plenamente feliz.
Miré a mi alrededor y nadie me miraba, y me di cuenta que ya no era esa niña, que ya no me gustaba la atención que me ponía tanta presión, que estaba exactamente donde quería estar, con quién quería estar, y que mi cumpleaños era perfecto. Me di cuenta que mi elección no había sido no celebrar, sino celebrar a mi manera.
Sintiéndome completamente afortunada, me di cuenta que hace mucho tiempo no me sentía tan agradecida, e inmediatamente pensé en Dios, porque todo es gracias a Él. Agradecida porque a mi edad estoy viva, estoy sana, tengo mi espacio de trabajo y clientes increíbles, tengo mi familia nuclear completa, terminé el apartamento de mis sueños, estoy esperando a mi hijo/a a través de la adopción, y estoy felizmente casada y enamorada después de tantos años. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?.
Tener tanto me asusta. Alguna vez un terapeuta me dijo que mi estrés era tan impresionante porque cuando todo estaba bien no me sentía merecedora de lo que tenía, entonces pensaba que algo malo iba a pasar. Ayer no fue diferente, y me fui a pedirle a Dios que mantuviera mis bendiciones intactas.
Llegue a misa y fue increíble... Dios me abrazó. Esto sólo lo van a entender los creyentes, y cada uno lo siente y lo vive diferente, pero yo sé que Dios me abraza cuando no puedo parar de llorar, aunque me siento completamente en paz y descargada. Ese abrazo me mostró que si soy merecedora de esa felicidad que tengo.
Todo esto resultó en que a mis 33 por fin maduré.
Para mi madurar no es dejar de ser consentida, dejar de sentirme joven, hacer un millón de voces y poner un millón de apodos, bailar en la calle para que a Santi le de pena, hablar con mis sobrinos de popó riéndonos hasta las lágrimas o dejar de pasar tiempo en los brazos de mis papás
llenándome de caricias.
Madurar es no deprimirme porque llegaron los 33, sino recordar a todos aquellos que no los cumplieron y sentirme afortunada por tener la oportunidad: Guillermo Olarte, Camilo Mariño, Daniel Felipe Peraza, Carlos Alberto Velez, Rodrigo Pareja, Juan Sebastián Figueroa, Jonathan Florez.
Dejar de pensar si estoy perfecta como a los 17, porque claramente no lo estoy, y darme cuenta de que la gente que tengo cerca hoy me quiere mucho más por mi espíritu que por mi físico. Dejar de vivir para verme bien en una foto, y más bien aprovechar cada segundo de vida y de experiencias. Soltar todas las banalidades que sólo ponen presión en mi vida y entregarme a Dios, totalmente confiada de que todo lo que pasa en sus manos es para bien.
Madurar es por fin aceptarme como soy, quererme, respetarme, entregarme a los demás sin medida y ser absoluta y plenamente feliz!
¡Gracias a todos los que pensaron en mi un ratico!
Comments